Hay algo que nunca falla: cuando estás pasando por un momento complicado, de esos que te sacuden hasta los huesos, de repente todo el mundo parece experto en tu vida.

Los consejos no pedidos aparecen de todos lados. No importa si vienen de tu abuelita que “lo dice con amor”, de un amigo que apenas te habla o del conocido de un conocido que mágicamente tiene “la solución a tu problema”.

Al principio, intentas ser educada. Sonríes, asientes, hasta dices un “gracias, lo voy a tomar en cuenta” aunque por dentro pienses: ¿de verdad crees que no he intentado eso ya?. Pero con el tiempo, te das cuenta de que esas palabras, aunque la intención pueda ser buena, terminan pesando. Porque, aunque no lo digan directamente, lo que escuchas es: “seguro no estás haciendo lo suficiente”.

Una vez me dijeron algo como: “Tienes que pensar positivo, eso lo cambia todo”. Y bueno, claro que pensar positivo ayuda, pero no sé si entienden que hay días en los que el esfuerzo más grande que hago es simplemente levantarme de la cama. ¿Qué se supone que hago con ese consejo? ¿Sonrío mientras siento que me estoy derrumbando por dentro?

Otra joya: “Yo en tu lugar haría esto o aquello”. Ah, qué fácil suena decirlo desde afuera, ¿verdad? Pero la verdad es que nadie está en mi lugar, nadie lleva mis zapatos, nadie conoce el peso exacto de las cosas que cargo. Por eso, esa frase siempre me suena como una excusa para juzgar lo que estoy haciendo o cómo estoy manejando mi vida.

Y no hablemos de los remedios mágicos. Siempre hay alguien con “la solución definitiva”. Desde dietas milagrosas hasta terapias que suenan más a brujería que a ciencia. Una vez alguien me recomendó algo tan absurdo que casi me río en su cara. No lo hice, porque soy decente, pero créanme, la tentación estuvo ahí.

No voy a mentir, hay días en los que pierdo la paciencia. Me dan ganas de gritar: “¡Por favor, guárdate tu consejo! No lo pedí, no lo necesito, y no me ayuda en absoluto”. Pero luego recuerdo que, aunque no siempre se note, muchas de esas personas realmente creen que están ayudando. Entonces trato de respirar profundo y cambiar mi enfoque.

Aprendí a poner límites de una forma más sana. Ahora, cuando alguien me lanza un consejo no pedido, suelo responder algo como: “Gracias, pero estoy trabajando en mi propio proceso”. Es mi forma de decir “gracias, pero no gracias”. Porque, al final del día, soy yo quien vive mi vida, y soy yo quien sabe lo que necesito, incluso si a veces me cuesta verlo con claridad.

Y si hay algo que quiero que quede claro es esto: no necesitas seguir los consejos de todo el mundo. No estás obligada a explicar tus decisiones ni justificar por qué haces las cosas a tu manera. Y, sobre todo, no estás sola en esto. Aunque a veces los comentarios de los demás puedan hacer que lo parezca, hay personas que de verdad te entienden y te apoyan sin imponer nada. Esas personas son las que valen la pena.

Así que sí, la próxima vez que alguien te diga qué hacer sin que lo pidas, recuerda que está bien sonreír, agradecer y seguir adelante. Porque tú, y sólo tú, sabes lo que realmente necesitas.

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